Todos nosotros – hombres y mujeres, soldados y agentes de mantenimiento de la paz, ciudadanos y líderes – tenemos la responsabilidad de contribuir a eliminar la violencia contra la mujer. Los Estados deben cumplir con sus obligaciones de prevenir la violencia, enjuiciar a los perpetradores y proporcionar reparaciones a las víctimas. Y cada uno de nosotros debe hablar claramente en la familia, en el lugar de trabajo y en la comunidad, de modo que cesen los actos de violencia contra la mujer.
La violencia contra la mujer no sólo es una grave infracción a los
derechos humanos, sino que además impone enormes costos
sociales y económicos y menoscaba la contribución de las
mujeres al desarrollo, la paz y la seguridad. Plantea una grave
amenaza al logro de los objetivos de desarrollo acordados
internacionalmente, entre ellos los Objetivos de Desarrollo del
Milenio.
Hoy, 8 de marzo, se celebra en todo el mundo el Día Internacional de la Mujer. Es una fecha histórica para recordar la lucha del movimiento feminista en pro del reconocimiento de la igualdad plena de la mujer, pero no es sólo una jornada para la conmemoración. Es cierto que hemos recorrido un largo camino en pro de la conquista de derechos y espacios de libertad; sin embargo, aún queda mucho por hacer y en muchos lugares aún debemos empezar de cero a construir una sociedad más justa. Carmen, mi compañera, me cuenta que la elección del 8 de marzo está vinculada a diferentes sucesos que tuvieron lugar en esa fecha. Uno de ellos, ocurrió en el año 1857 en la ciudad de Nueva York. Un grupo de costureras decidió ocupar la fábrica en el que trabajaban para exigir un salario digno y una jornada laboral de diez horas. Lamentablemente, se produjo un incendio y 146 mujeres murieron.
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